En
la Edad Media se pensaba que el fin del mundo iba a llegar con el
milenio. Se vivía con miedo, miedo a que un mal terrible azotase la
tierra. Pero, ¿qué está pasando ahora? ¿Por qué volvemos a oír hablar de
la llegada de catástrofes ambientales, sociales y económicas?
¿Realmente existen motivos para que los científicos nos asusten? Pues
bien, los datos no dejan lugar a duda: sí tenemos motivos para
preocuparnos y, sobre todo, para reaccionar.
El
agujero en la capa de ozono, el hecho de que actualmente la lluvia
ácida (la precipitación de altos niveles de ácido nítrico y ácido
sulfúrico, causada por la quema de combustibles fósiles) sea un grave
problema en China y Rusia entre otras regiones, que la contaminación con
ozono pueda tener efectos sobre la salud humana (enfermedades
respiratorias, cardiovasculares…), la contaminación de los océanos, la
desertificación…
Por
todo esto, nos debe inquietar el futuro de la Tierra, porque es el
nuestro. Debemos preocuparnos por el agua que bebemos, por el aire que
respiramos, por los animales con los que convivimos, por las plantas que
nos dan oxígeno y por los mares que nos alimentan. Debemos entendernos
como un todo. Ésta en nuestra responsabilidad ante las futuras
generaciones.